Cuando cerró la puerta, al marcharse él, se apoyó de espaldas a ella y entornó los ojos rememorando. Inclina un poco la cabeza y sonríe de manera casi imperceptible.
Poco a poco toma contacto de nuevo con su realidad, con su entorno; con un ligero impulso se separa de la puerta y avanza lentamente por el salón, se acerca al sofá, coloca los cojines y recoge una pequeña manta que ha quedado arrugada sobre el asiento, la acerca a su cara e inspira suavemente, la dobla con mucho cuidado, de forma meticulosa, perfecta, y la deja sobre el respaldo.
Va a la cocina y se prepara una infusión, con la taza entre las manos se acerca a la pequeña mesa que utiliza como escritorio, enciende los altavoces del ipod y el ordenador.
- Escribe algo sobre mi color, anda... – había dicho él antes de marcharse.
Así que, se sienta y comienza a teclear:
“Hoy, te iba a hablar del naranja, del anaranjado de las puestas de sol, de aquella, en concreto, en el Parque del Templo de Debod que tengo grabada a fuego en mi recuerdo, del naranja del horizonte, de ese tono cálido, tan cálido... pero no, me has pedido que te hable sobre el azul y así lo haré.
El azul de tus ojos, por ejemplo, del cielo de Madrid, del de mi mar, de tu color.
Pero hay una curiosidad, verás: Resulta que estos dos colores, mi naranja y tu azul, son contrarios o complementarios, se sitúan, de hecho, diametralmente opuestos en el círculo cromático. El azul es un color primario, el naranja es secundario y se compone de los otros dos primarios, el rojo y el amarillo, esa es la explicación.
Hace bastante tiempo, en una ocasión, oí decir que un ordenador había calculado unos cuatro millones de tonos azules, imposible saber si eso puede ser cierto o no, imposible, igual que es imposible saber tantas otras cosas ¿no?
Si me preguntaran a mí, el azul comienza en el celeste de tu mirada y acaba en el ultramar intenso de mi Atlántico, en medio quedan, el azul de las turquesas, el azul del agua de la piscina, el azul Prusia que es el que utilizo en mi paleta como básico, el cobalto o añil de los azulejos andaluces y muy parecido a este, más oscuro, más parecido al lapislázuli, el azul que patentó Yves Klein, un artista francés que se empeñó en reflejar en sus obras el infinito cósmico, que, al fin y al cabo, eso es el azul: el infinito cósmico...
Dicen de este color que es pureza, espiritualidad, que es el color de lo divino, de lo eterno. De hecho, para el arte de todos los tiempos siempre ha sido el reflejo de los valores más elevados...”
Deja de escribir, se recuesta en el respaldo de la silla dejando caer los brazos a los lados, mientras mueve lentamente el cuello y piensa en la tarde que ha vivido, que está viviendo, está un poco azul tirando a gris, es decir, una tarde llena de matices.
Se concentra en la música que suena en ese momento justo, algo de “blues”. No puede escribir más por hoy, mañana seguirá, ahora guarda el documento, apaga el ordenador, cierra los ojos, y escucha, sólo escucha esta preciosa música azul, canta Gary Moore ”Still Got the Blues”.
(No os perdáis esta maravillosa canción, sólo dad al "play" y relajaos)