Ella abrió la puerta del estudio, pensó que iba a estar vacío, que él no estaría allí. Pero si estaba y cuando la vio entrar fue hacia ella, se miraron a los ojos, él se acercó la tomó de la cintura y de la nuca y la besó despacio, muy despacio, fue sólo el primero...
Decidió bajar a la playa, a esas horas de la tarde, ya avanzada, para ver, otro día más, la puesta del sol. Se puso un pareo y una camiseta y, sin más, comenzó a avanzar por las dunas...
Ellos decidieron avanzar en su propio camino, lleno de besos, de miradas, de caricias, de susurros. Se quitaron la ropa el uno al otro, al principio lentamente, después casi arrancándosela, al poco tiempo estaban tumbados en la alfombra, recorriendo sus cuerpos con las manos, con las bocas, con las miradas, explorándose, tanteándose, reconociéndose...
La playa estaba preciosa, la marea estaba comenzando a subir, decidió avanzar hasta la orilla, quitarse las chanclas, mojarse los pies, entregarse al mar, abandonarse a las sensaciones que le brindaba: la brisa en su cara, el olor a sal, el frescor del agua, la suavidad de la arena, el azul del mar y el cielo...
Él estaba boca arriba, ella se apoyó sobre el brazo izquierdo y con el dedo índice de la mano derecha decidió recorrer, muy lentamente, un camino por el cuerpo de él que comenzó en su frente, marcando ese surco horizontal, después el entrecejo y continuó por su nariz, su boca, donde dibujó una sonrisa, de comisura a comisura, el labio superior, el labio inferior, después bajó por la barbilla, el cuello, el pecho, se entretuvo escribiendo una palabra, sólo cuatro letras, acarició los pezones, continuó descendiendo por su estómago, su abdomen, rodeo su ombligo. Mientras dibujaba esta línea, se incorporó y se sentó sobre sus talones y comenzó a escribir algo debajo del ombligo. “¿Qué pones?” preguntó él y ella, mirándole de reojo y sonriendo: “lo que tú ya sabes”...
Se había puesto de rodillas sobre la arena, respiró profundo, miró hacia el horizonte, el sol ya estaba comenzando a bajar y estaba empezando a tomar ese color anaranjado que tanto le gustaba, aun quedaba un buen rato. Comenzó a hacer dibujos sobre la arena y a escribir pequeños códigos que sólo ella conocía...
Se puso sobre él, pero mirando hacia sus piernas, dándole la espalda y así, sentada, ahora ya con las manos comenzó a acariciarle suavemente los muslos, la cara interna desde arriba hasta las rodillas, los gemelos, los tobillos, sus pies, casi se había tumbado para llegar a ellos. Mientras, sus sexos habían coincidido, se estaban reconociendo, se buscaron. Un leve movimiento y... encajan, un suspiro profundo, un breve gemido, ella se incorpora y comienza una oscilación lenta, cadenciosa... Uno, dos..., uno, dos..., uno, dos...
Uno, dos... Vienen y van, vienen y van. Uno, dos... Había quedado subyugada por el movimiento de las olas, siempre le había fascinado esto de las mareas. Suben, bajan... suben, bajan... ¿es el influjo de la luna?, eso dicen. Se había sentado con las piernas estiradas y se apoyó sobre sus codos. Observa de nuevo la línea del final, el sol es una gran esfera naranja, contundente, cortada en la base precisamente por el horizonte...
Él mira hacia su propio horizonte y ve la espalda de ella, casi tapada por el pelo que cae suelto, libremente y sus caderas a las que se aferra; ella posa sus manos sobre las de él y se concentra en las sensaciones. Desde que ha apoyado sus manos en las caderas de ella, él ha comenzado a marcar el ritmo, sigue lento, pero mas firme. Uno, dos..., uno, dos..., “no me suel... tes...”
La marea sigue subiendo, firme, avanza. Las olas casi le llegan a tocar los dedos de los pies, casi... Vienen y van, vienen y van... uno, dos... uno, dos... El sol ya no se ve prácticamente, ilumina de un naranja intenso la línea del horizonte de un naranja intenso, casi rojizo. Al final llegó la ola, sintió sus pies mojados, el pareo, llegó la ola, lo empapó todo, lo lleno todo...
También para ellos llegó una ola. Uno, dos... uno, dos... uno, dos... “Sí!!...” Ella nota sus manos fuertemente asidas a sus caderas, los dedos se le clavan, siente eso, también siente las respiraciones más agitadas, siente su fuerza, el calor interno y todo lo demás..., echa la cabeza hacia atrás y él ve como el pelo le baja un poco más por la espalda, después, poco a poco el ritmo vuelve a hacerse tranquilo, lento, cadencioso, casi imperceptible. Continúan unos momentos más así, unidos, sin separarse, intentando apreciar cada pulso, cada latido, cada pequeño espasmo,...
Cuando ya no se ve nada de luz en el horizonte, apenas un pequeño reflejo, decide levantarse, empieza a notar algo de frío, se sacude la arena de los brazos, del pareo, deja que una ola le vuelva a mojar los pies, mira de nuevo hacia el mar, se da la media vuelta y emprende el camino de regreso...
Al cabo de un rato ella se ha tumbado a su lado pero en la posición que estaba, con la cabeza a los pies. Es él el que decide darse la vuelta y se queda mirándola, sonríe, se fija en su perfil porque ella está mirando hacia arriba, a través del tragaluz se ve una luna enorme, luminosa, está casi llena. “¿Sabes que acabo de estar allí, arriba?” le dice apuntando con su barbilla hacia el cielo. Él ríe, la abraza y dice: ”Anda ven, no cojas frío...” En el estudio sólo queda una luz encendida, la pequeña lámpara del escritorio, pero otra luz les ilumina a ellos a través del tragaluz.
La ola Óleo sobre lienzo
www.mariangbrizuela.com
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario, siempre me dibuja una sonrisa