Estaba en la cama, tumbada sobre su lado izquierdo, con el brazo de ese lado bajo la almohada y el derecho sobre ella como abrazándola, la pierna izquierda estirada y la otra doblada: su postura.
Era primera hora de la mañana, esos momentos en que el sueño ya nos abandona pero en los que aun nos resistimos a abrir los ojos. De fondo oye unos ruidos, esos que hace alguien que está ya trabajando pero no quiere despertar a nadie.
Se aferra un poco más a la almohada y le vienen a la cabeza algunas imágenes de la noche anterior: la charla, las risas, la música, las miradas… hasta que llega una que desencadena todo.
Siempre pasa así, siempre hay una mirada que nos prende, una mirada que provoca el incendio: estás charlando, ríes, lloras o te enfadas, da lo mismo, miras a tu interlocutor, incluso cruzas varias veces la mirada pero, de repente, ocurre que, en un momento dado, un momento mágico, esas miradas se cruzan de nuevo y salta una chispa.
A veces intentas, de forma vana, esquivarla, bajar esa mirada, dirigirla hacía las uñas, por ejemplo, como si de pronto tu manicura te interesara mucho. Pero si la chispa ha saltado, no hay marcha atrás, no puedes hacer nada y vuelves a levantar los ojos y si, de nuevo, te encuentras con esa otra mirada no hay retorno… Mantienes ese cruce unos segundos, te asomas a los ojos del otro, te reflejas en ellos como intentando asegurar que eres tú mismo y que estás ahí, en ese momento… sólo unos segundos… porque esa mirada actúa como un imán, acorta distancias, se produce el incendio y después de la mirada llega todo lo demás, los besos, las caricias, la búsqueda del uno en el otro. Y así fue anoche.
Sigue con los ojos cerrados, le llega un aroma a café recién hecho, sonríe y piensa: “No se puede empezar mejor el día”. Quiere apurar un par de minutos más y abraza un poco más fuerte a la pobre almohada, pero pronto percibe un nuevo olor… “¡Santo Dios, pan tostado!, parece que sí había una forma mejor de empezar el día”
Se levanta y lo encuentra de espaldas, cortando rebanadas y poniéndolas en la tostadora. Ella intenta no hacer ruido, parece ser que no lo consigue porque él se vuelve y dice: “Pero si se despertó la mujer más hermosa del mundo” y continua con todas esas cosas bonitas con las que suele obsequiarla.
Ella sonríe y moviendo negativamente la cabeza le dice: “No, no soy la más hermosa del mundo, ni la más alta, ni la más delgada, no soy joven y no tengo los ojos verdes, ni negros, ni azules, simplemente marrones, pero te quiero… ¿eso te vale?”
Qué recuerdos cuando olía así en mi casa los fines de semana... Es mi aroma preferido.
ResponderEliminarMe gustaria saber qué pasó la noche anterior.
volador
La noche anterior? Ya sabes: una mirada, siempre es una mirada...
ResponderEliminar¡Me encanta!
ResponderEliminarGracias...
Un besazo!!!!
A mí también me encanta =)
ResponderEliminarGracias!
EliminarQue manera mas bonita de levantarse! Me gusto.
ResponderEliminarMuchas gracias, Sandra!
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