Él se fue y ella se quedó un rato más. No pensaba hacerlo, ya era tarde, pero recuerda algo, algo que él le ha dicho: “Me he vestido así porque sabía que nos íbamos a ver”
Ella se quedó helada, no daba crédito... ¿Era presunción? Es posible... Le escuchaba, su voz acaricia y es fresca. Le miró, su camisa, blanca, impoluta y la corbata... color púrpura, morado o violeta oscuro.
Después de esta evocación, se pone a escribir...
“El morado o violeta es un color parecido, igual, al de la flor que le da su nombre, es un color secundario, como el verde y el naranja, y se consigue mezclando el rojo y el azul, por eso tiene tantos matices, que van desde el malva, casi blanco de los cielos en verano hasta el morado oscuro de los hematomas que producen algunos golpes.”
Levanta la vista. Para ella es el color de las amatistas, su piedra preferida; existe una historia preciosa sobre esta gema: Parece ser que el dios griego del vino y de la vida desenfrenada, Dionisos, se enamoró perdidamente de una doncella bellísima llamada Amethystos que deseaba permanecer casta y pura por siempre. Dionisos, sin embargo, obsesionado por la belleza de la muchacha no hacía otra cosa más que perseguirla y asediarla. Para ayudar a la joven, los dioses acudieron a ella y la convirtieron en una roca de color blanco como su pureza, Dionisos, vencido y desesperado por la pérdida de su amada, tomó su vino que era su bien más preciado y lo vertió sobre la roca, de forma que esta quedó teñida de púrpura por siempre jamás. Por eso se llama así a esa piedra: amatista igual que la joven Amethystos.
"La flor de lavanda tiene también ese color, y en primavera es una delicia ver los campos así, plagados de este arbusto aromático... aromático... huele bien, a fresco, a limpio, a salud, es una gozada para los sentidos de la vista, del olfato y del tacto... sí, también del tacto porque las flores de lavanda son suaves como tus manos...”
Deja de escribir, recuerda sus manos, las observó el primer día, siempre se fija en las manos de las personas, “son preciosas” pensó, hoy también ha estado mirándolas, “son suaves” eso ha pensado hoy, así, sin tocarlas... Ella tiene esa extraña ¿habilidad? de mezclar las percepciones de los sentidos. Ve un bebé y sin acercarse dice “¡que bien huele!”, oye una música y le sabe a ron añejo, o a menta, o a limón, hoy ha visto esas manos y las ha sentido suaves, ella es así, a estas alturas es difícil cambiarla.
De pronto, cierra los ojos y se ve a sí misma en medio de un campo morado de lavanda, tumbada, relajada, escuchando el silencio del color y mirando el olor fresco de la planta.
Continúa escribiendo: “Tirando a violáceo es también el horizonte de los campos castellanos, nunca he sabido por qué se da este fenómeno, pero es así. Será la luz, será que en los campos de Castilla predomina el amarillo y el ocre y como estos son los colores contrarios del violeta... no sé, tal vez sea eso, no sé pero si miras hacia el horizonte en esas tierras, todo se inclina hacia ese color. El color morado, violeta, púrpura, dicen que es el color de la reflexión, que es un color místico que invita a la meditación, eso me dijeron mis primeros maestros de yoga y relajación...”
Se interrumpió de nuevo, estaba sonando la música que solía acompañarla en los últimos días, apoyó la cabeza en el respaldo, cerró los ojos, imaginó el color de su corbata, sintió el olor a lavanda y recordó lo suaves que, seguramente, eran sus manos...