Se llamaba Alfonso... y era un niño de pelo negro, ojos grandes y despiertos y cara de chico listo, tenía seis años y era su novio.
Inseparables, todo el día juntos, jugaban a los mismos juegos... se sentaban en pupitres juntos. Iban al mismo colegio desde hacia tres años y enseguida congeniaron bien...
Él siempre la llevaba de la mano, cada mañana la esperaba en la puerta de aquella escuela, ella subía las escaleras cargando con la cartera de cuero, en cuanto llegaba a su altura él cogía esa cartera con una mano y con la otra se aferraba a la de ella… todo un caballero. Así entraban juntos en clase.
En el recreo, cuando se sentaban al lado de la fuente que había en el jardín, él tocaba su melena, le gustaba, decía que era suave, como un osito de peluche que tenía en su habitación.
Casi siempre jugaban a indios y vaqueros, era su juego preferido. Él se pedía ser el Jefe indio, ella, claro, era su chica... y siempre la salvaba cuando “los vaqueros” la capturaban y estaban a punto de llevársela en una diligencia... siempre la rescataba y, entonces, salían corriendo, cabalgando en aquellos caballos imaginarios, y se escondían bajo las ramas de un sauce llorón que había en una esquina del jardín del colegio y que, ellos decían, era su casa.
Un día, ella vivió un momento muy duro; había nacido su hermano, el tercero de la familia y el primer varón y ella pidió a sus padres que le pusieran de nombre Alfonso pero no hubo forma.
- ¡¡¡¿Alfonso?!!!, ¿qué nombre es ese?, ¿quien de la familia se llama así?... – decía mamá - ¿no ves que se tiene que llamar como papá?
- Pues... ¡¡¡yo quiero que se llame Alfonso como... Alfonso!!! - contestaba con impotencia.
Fue un tremendo disgusto que sus padres no fueron capaces de descifrar jamás...
Y ella, al día siguiente, llegó al colegio hecha un mar de lágrimas que sólo logró calmar gracias a las magdalenas de chocolate que hacía Anne, la cocinera del colegio y a las caricias que Alfonso le hacia a su melena... y siguieron siempre juntos... inseparables, siempre de la mano, incluso cuando hacían gimnasia, con una complicidad inquebrantable, hasta que, a los nueve años, ella se cambió de colegio, su mamá había decidido que había llegado la hora en la que era mejor, para su educación, uno de monjas y sólo de niñas, así que, ella perdió sus referencias, su entorno, su escuela desde los tres años, pero, sobre todo perdió, lo que más le dolía, a Alfonso.
Y ya nadie pudo rescatarla de los vaqueros... que, efectivamente, un día la capturaron y se la llevaron en una diligencia...
Por eso hoy ya no es india, no... De india sólo conserva su pelo largo y oscuro, una mirada y la imagen de aquel niño moreno que fue su Jefe indio.
6 comentarios:
Gracias por dejar tu comentario, siempre me dibuja una sonrisa